viernes, 13 de febrero de 2015

la vuelta a las aulas

Visto desde fuera, visto con los ojos del alumno de primer curso, la Complutense sigue siendo la institución solemne, antigua, simbólica. La Universidad de los grandes nombres, la casa de Ortega, García Morente, Federico de Castro o Eduardo García de Enterría. De la Complutense hablaban los padres, los abuelos, los libros... De aquella Universidad de San Bernardo, de la Universidad Central...

De puertas adentro (quizá sea la edad, lo reconozco), el espejismo y la ilusión han desaparecido. La idea romántica de la Universidad Complutense deja paso a despachos congelados, presupuestos fantasma, restricción en el uso de material de todo tipo, pasillos vacíos, estructuras que se caen... A las guerras intestinas, a los rencores disimulados, a los odios africanos, a la burocracia galopante, a las injusticias cometidas bajo el corporativismo invisible, a la pésima aplicación del Proceso de Bolonia, se suman el envejecimiento de los docentes, la inexistencia de relevo generacional, la imposibilidad de generar nada parecido a lo que llamábamos "crear escuela", eso que hicieron conmigo, que hicieron con nosotros. La Complutense se muere en todos los sentidos, se ahoga entre los papeles, las reuniones, las comisiones, los comités, las votaciones para delegados de alumnos, cada año de nuevo, cada año la misma historia que impone el democratismo en la gestión, las mismas ausencias...

La Complutense se muere en cada esquina, aquí y allá, en cada papelera, en cada bache de esa Avenida-Complutense-frontera-imaginaria entre las Ciencias y las Letras, en cada nube, en cada cartel, en cada pintada que pide una revolución pretérita, en cada día que el Campus Virtual deja de funcionar, en cada tweet de un estudiante desilusionado y protestón. La Complutense se muere bajo el gélido frío de la irracionalidad que vino desde Somosaguas al grito de Podemos. La Complutense se muere en los sótanos inconfesables de la Facultad de Medicina. El Alma Mater Cumplutense mira con ojos de muerte a los hijos que nunca llegarán...

Todo eso, un lunes día 9 de febrero.

Y vuelvo a entrar en el aula, nuevo semestre, nuevo curso. Vuelvo a subir a la tarima. Vuelvo a mirar esos rostros desconcertados, tan distintos, tan únicos: cada uno, cada una, una historia irrepetible. Vuelvo otra vez al sublime acto de enseñar, a la gratuidad de compartir, a la magia de pensar por libre, minuto a minuto, paso a paso.

La Universidad no es lo que dicen las leyes, ni los políticos, ni el mercado de trabajo, ni las asociaciones-marioneta. La Universidad somos nosotros: tú y yo. Y estamos aquí. Hemos venido a compartir. El mundo vuelve a comenzar hoy.

Versiones: Eaux de Mars (Stacey Kent) y Water of March (Basia).

viernes, 6 de febrero de 2015

el sentido de la libertad

Francisco J. Contreras, Vicente Bellver, Francisco Carpintero, Elio A. Gallego, Rafael Ramis
El sentido de la libertad
Stella Maris
Barcelona, 2014
400 pp.
ISBN 978-84-16128-32-7

Tuvo la editorial Stella Maris la gentileza de enviarme este libro, El sentido de la libertad, un trabajo de divulgación filosófico-jurídica que cumple con creces el papel de manual sobre los derechos humanos imprescindible para estudiantes (entre los que me encuentro y espero estar siempre) de Derecho. He disfrutado mucho con su lectura.

La nota más destacable del libro es que los autores dan prioridad a la explicación de las líneas de pensamiento, de las justificaciones, de los debates en torno a los derechos humanos. Saben arrancar desde el inicio de la tradición occidental del pensamiento para mostrar las líneas de continuidad y discontinuidad trazadas en la dinámica y en la articulación de los derechos humanos, que ellos conciben como precipitado histórico de la ley natural. A mi modo de ver, la fundamentación de los derechos humanos en la dignidad de la persona (y la justificación de su necesidad) constituye uno de los elementos cruciales del libro, que el lector debe completar con el pensamiento de Spaemann para lograr una perspectiva completa acerca de las profundas raíces que los derechos humanos tienen en la tradición judeo-cristiana.

Rescatan los elementos mejores del liberalismo filosófico y denuncian la transformación de los derechos humanos desde su posición de res extra commercium hasta su deflación actual, que los ha dejado en simple artículo de transacción política e ideológica, cosa que ya denunciara para el ámbito angloamericano, entre otros, M.A. Glendon en su Rights Talk. Las grandes cuestiones teóricas —nunca prescindibles— desembocan en un certero diagnóstico de los problemas actuales, cifrados especialmente en la biotecnología y en el Derecho de familia.

Cuando de derechos humanos —o de derechos fundamentales— se trata, corremos el riesgo de transformar toda reflexión de fondo y forma en una compleja explicación positivista de los mecanismos formales, en un enredado aparataje dogmático que jamás se pregunta por el ser de las cosas, sino que se limita a explicar cómo funcionan. Que además concibe la libertad (advierten también los autores) como punto de llegada y no como punto de partida. Corremos el peligro de convertir a los cultivadores del Derecho en los técnicos de mantenimiento de un ordenamiento jurídico contingente. Y que piensen otros.

Hace años, los estudiantes de Derecho se quejaban de que los estudios jurídicos eran demasiado teóricos. Hoy, los estudiantes se quejan de que todo resulta demasiado práctico, que “no hay tiempo” para reflexionar sobre el sentido de las “cosas del Derecho”. Un estudiante pedía en un mensaje de Twitter a los docentes: “Estimados profesores de la Universidad Complutense de Madrid: No quiero saber cómo aprobar, quiero saber a secas. Gracias.” Aquí encontrarán los insatisfechos un amarre para su deseo de saber.